miércoles, 14 de marzo de 2007

¿Ciencia o religión?

Parecería brusco o exagerado plantear la disyuntiva que encabeza esta columna, si no fuera porque la vida política nos la pone enfrente.

Basta ver los diarios: el lunes pasado, MILENIO Diario anunciaba: “El viernes, la primera unión gay en la Ciudad de México”. El titular de la página opuesta (física y simbólicamente) era “Católicos del DF, contra el aborto”. Lo notable es que en estos días se discuten en la capital –y en todo el país– temas en los que el punto de vista liberal –fundamentado en los principios democráticos, los derechos humanos y el conocimiento científico– y la visión de la Iglesia católica se oponen frontalmente.

La lucha por dar derechos iguales a las minorías sexuales –no hay justificación para tener ciudadanos de segunda– ha sido caracterizada por la Iglesia, incomprensiblemente, como parte de la “cultura de la muerte”. Este tramposo concepto propagandístico, diseñado por el Vaticano para hacer creer que quienes se oponen a su doctrina luchan “contra la vida”, forma también el núcleo del discurso que se opone a la despenalización (ojo: no la promoción) del aborto y de la eutanasia, dos de las metas planteadas por el PRD y el PRI para el DF.

El discurso eclesiástico –respaldado por el PAN– insiste en que la vida (humana) debe defenderse “desde la concepción hasta la muerte natural”. Pero la discusión no es si un feto está vivo; es si se trata de una vida humana.

La ciencia indica que durante las primeras semanas de gestación, y al menos hasta la aparición de un sistema nervioso funcional, no hay por qué considerar que un feto es un ser humano: no tiene conciencia ni sentido de individualidad. Pero, aunque no lo digan, detrás de la concepción católica está la idea de que la vida humana incluye un alma inmaterial, presente desde la fecundación.

Así que en este tema, y en de la eutanasia, a discutir próximamente, la disyuntiva es ineludible. ¿Qué es preferible, ciencia o religión?

Mi respuesta personal es que depende para qué. Si es para tomar decisiones que afectarán de modo determinante el bienestar personal y comunitario, no hay duda de que la ciencia ofrece conocimiento confiable, a diferencia del dogma religioso. En última instancia, se trata de decidir entre una sociedad que trata a sus ciudadanos como adultos capaces de tomar sus propias decisiones, o una dominada por el paternalismo impositivo de la Iglesia.

Por: Martín Bonfil Olivera, 14 de marzo de 2007 en Milenio
Fuente: Milenio

Hablemos de Jazz


Por iniciativa de Antonio Malacara, autor del Catálogo casi razonado del jazz en México, todos los sábados de abril, a las siete de la noche, se llevará a cabo el coloquio Viaje al fondo del jazz en el Museo Nacional de Culturas Populares. Saludable iniciativa si tomamos en cuenta que este tipo de actividades se llevan a cabo de manera muy aislada.

Las actividades iniciarán el 14 de abril con la mesa redonda “Historia del jazz: de la prehistoria a las rutas del porvenir”, donde participará el pianista Francisco Téllez, director de la carrera de jazz en la Escuela Superior de Música y líder del Cuarteto Mexicano de Jazz. También asistirán el pianista, periodista y novelista Alberto Zuckermann y el autor de esta columna, con Malacara como moderador. Téllez y Zuckermann estarán en la parte musical.

El sábado 21 se abordará “El jazz en México: una revisión histórica”, por cuenta del saxofonista, líder de la Sonora Onosón y periodista Alain Derbez, autor de El jazz en México, datos para una historia. También participará el apasionado y apasionante locutor de jazz Germán Palomares Oviedo, la guitarrista y organizadora de cursos de apreciación del jazz Alejandra Ramos y nuevamente Malacara como moderador. Luego de la charla tocará el turno al grupo Quadrivium, que en esta ocasión incluirá a Alejandra a dueto con el pianista de la banda.

Moderada por un servidor, en la mesa del 27 de abril abordarán el tema “El jazz en México: actualidad y perspectivas” el contrabajista y locutor de Panorama del Jazz Roberto Aymes, el conductor de Voodoo Jazz Óscar Adad Islas y Malacara. La música correrá por cuenta de Sociedad Acústica de Capital Variable y su ecléctica propuesta.

Para finalizar, el 28 de abril se hablará sobre “Difusión y promoción: medios, gobierno e iniciativa privada”. Participarán los promotores Julio Rivarola y Carlos Mercado, el conductor de Horizonte 108 Erik Montenegro, Roberto Cabrera, director de la revista Music Life, y Pepe Janeiro, conductor del programa Sólo Jazz. El concierto corresponderá en este día a Los Dorados.

Por Xavier Quirarte 14 de marzo de 2007 en Milenio
Fuente: Milenio

martes, 13 de marzo de 2007

La muerte tambiém brilla por su ausencia

La celebración de los 80 años de García Márquez hizo que la muerte de Jean Baudri-llard en París quedara fuera de foco. Ese día el Gabo se escondió del mundo en su casa de la ciudad de México para celebrar la vida, mientras que Baudrillard simplemente dejó de esconderse del mundo y la muerte lo encontró cansado de lidiar con una larga enfermedad.

Algo similar le pasó al maestro Aldous Huxley, quien tuvo la mala fortuna de morirse el día que asesinaron a Kennedy... o la buena, ¿quién sabe? No sé si sea bueno o malo que todo mundo se entere de tu muerte (además de que no es lo mismo que se enteren por una esquela de Gayosso que viendo tu fotografía destripado en la portada de La Prensa).
Jean Baudrillard fue uno de los sociólogos más importantes de nuestra era y el más brillante y misterioso deconstructor de la realidad y sus simulacros. Contemporáneo de Barthes, Deleuze, Foucault y Derridà, el pensador francés descubrió que todos hemos sido culpables y víctimas de un crimen perfecto: el asesinato de la realidad, y si acaso no fue asesinato, porque nadie encuentra el cadáver, entonces pudo ser un exilio: “La realidad ha sido expulsada de la realidad”, o un ocultamiento: la realidad se esconde detrás de su propia apariencia. O tal vez hayan sido las tres cosas: todo exilio es un ocultamiento, todo ocultamiento es un asesinato.
Este teórico que, como Nietzsche, Sartre y Bataille, también era un gran escritor, nos permite entrar en la lógica absurda de un mundo en el que todo se ha liberado ya, desde lo sexual y lo viral hasta lo político y lo productivo, y en el que no nos queda más que simular la orgía y la liberación.
Como escribe en La transparencia del mal: “Ya sólo podemos... fingir que seguimos acelerando en el mismo sentido, pero en realidad aceleramos en el vacío, porque todas las finalidades de la liberación quedan ya detrás de nosotros y lo que nos persigue y obsesiona es la anticipación de todos los resultados, la disponibilidad de todos los signos, de todas las formas, de todos los deseos. ¿Qué hacer entonces? Es el estado de la simulación, aquel en el que sólo podemos reestrenar todos los libretos porque ya han sido representados –real o virtualmente–. Es el estado de la utopía realizada, de todas las utopías realizadas, en el que paradójicamente hay que seguir viviendo como si no lo hubieran sido. Pero ya que lo son, y ya que no podemos mantener la esperanza de realizarlas, sólo nos resta hiperrealizarlas en una simulación indefinida. Vivimos en la reproducción indefinida de ideales, de fantasías, de imágenes, de sueños que ahora quedan a nuestras espaldas y que, sin embargo, tenemos que reproducir en una especie de indiferencia fatal”.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York revitalizaron de súbito la obra de Baudrillard, puesto que había explorado desde tiempo atrás la lógica del terrorismo y la manera en que los medios lo convierten en un espectáculo que reprueban moralmente pero repiten hasta el hartazgo. Ese mismo año lo fui a ver a una conferencia en la UNAM, terriblemente frustrante porque estaba saturada de gente y era en francés. Ni siquiera me pude acercar para decirle lo mucho que aprecio su obra llena de humor y lucidez.
A manera de homenaje, para que sus ideas siempre provocadoras sigan orbitando alrededor de nuestras cabezas, he seleccionado algunos fragmentos de la obra de este pensador único, y les recomiendo por supuesto que lean América, La transparencia del mal, El crimen perfecto, La ilusión del fin, La Guerra del Golfo no ha tenido lugar y mi favorito, Cool Memories:

“Y conservé bajo los párpados el dulce holograma de su desnudez”.

“Cálido y dulce y sutil: el cuerpo antes del amor.
Fresca, dulce y dúctil: la carne de la seducción.
Móvil y violenta y metafísica: la forma del rostro.
Dulce y cansado y sutil: el cuerpo después del amor”.

“Los políticos, y el propio poder, son abyectos porque sólo encarnan la profundidad del desprecio que los hombres sienten por su propia vida. Su abyección es la viva imagen de la de los dominados, que descubren así un procedimiento de liberarse de ella. Hay que agradecer al político que asuma la abyección del poder, y que libere de ella a los demás. Esta le mata necesariamente, pero él se venga entregando a los demás el cadáver del poder. Esta antigua función hereditaria jamás ha sido desmentida”.

“La locura sólo es obscena por la terapia, el minusválido sólo es obsceno por el cuidado que se le da (handicapped is beautiful). Obsceno es quien ahoga la crueldad del mal en el sentimentalismo de la mirada. Obscena es por excelencia la piedad, la condescendencia impúdica”.

“El tedio es como un zoom despiadado sobre la epidermis del tiempo, cada instante se dilata y aumenta como los poros del rostro”.

“La nieve ya no es un don del cielo. Cae exactamente en los sitios marcados para los deportes de invierno”.

“¡Qué hermoso sería ver el sol de perfil!”

“¿Has visto alguna vez volar a una mosca por el techo? ¿Por qué decide volar en el centro de la habitación, debajo de una lámpara ausente? ¿Y quién decide ese incansable vuelo en zig zag, versión doméstica del movimiento molecular? La mosca ignora los virajes: ¡qué misterio! Ignora también el infinito: recorre siempre el mismo espacio ínfimo, siguiendo una trayectoria aleatoria, secretamente despolarizada. Parece desconocer la idea de equilibrio: no la turban las horas de vuelo ininterrumpido en las que juega a recortar todos los puntos del espacio, siempre sabe dónde se posa exactamente, y está dispuesta a partir de nuevo. Todos sus insensatos movimientos y circunvoluciones parecen totalmente ajenos a los problemas de energía. A no ser que extraiga su energía de la misma repetición, de la descripción minuciosa de un espacio vacío, el del insecto, espacio angular, liliputiense, browniano, en el que el hombre, con su imposibilidad para moverse en ángulo recto, debe aparecer necesariamente como una presencia monstruosa y antediluviana”.

“El simulacro no es lo que oculta la verdad, es la verdad la que oculta que no existe. El simulacro es verdadero”.

“Salir de uno mismo por fractura, suavemente, sutilmente, retirarse de uno como la luz se retira de una pieza cuando cae la noche (por otra parte, la noche no cae, son los objetos los que la secretan hacia el final del día cuando, cansados, se exilian en su silencio”.

Fuente: Revista eme-equis, columna: Días Extraños de Fernando Rivera Calderón

jueves, 8 de marzo de 2007

80 años de Gabriel García Márquez

2007 es el año en que Gabriel García Márquez cumple 80; el año en que se conmemoran cuatro décadas de la aparición de Cien años de soledad; el año en que se cumple un cuarto de siglo de que el escritor colombiano fuera galardonado con el Nobel; el año, en fin, en que este clásico vivo de las letras universales celebra seis décadas de haber publicado su primer cuento, de haber ingresado en la literatura. Arrancamos la celebración de El año de Gabo con la exhumación de una entrevista concedida a Radio Habana en 1976, la cual permaneció guardada en una cinta durante mucho tiempo. Ahí, García Márquez habló de su pasión por el periodismo, y de “los trucos de la carpintería secreta” que da forma a sus novelas.

El empleo de ser famoso
por ORLANDO CASTELLANOS

Me interesa mucho hablar del Gabriel García Márquez periodista, de cómo y cuando te iniciaste.
Bueno, si es con eso, arrancamos. Porque no hay más García Márquez que el periodista.

Bueno, está el intelectual de Cien años de soledad, de El otoño del patriarca...
Hombre, todo eso es el periodismo. Yo diría que lo que cambia es la elaboración, el tratamiento del material. Pero, digamos, las formas de aproximación a la realidad son la esencia del periodista. En mi caso son las mismas: tanto para la literatura como para la política y para el periodismo. Entonces, yo considero que mi primera y única vocación es el periodismo. Yo nunca empecé siendo periodista por casualidad —como muchas gentes— o por necesidad, o por azar. Yo empecé siendo periodista, porque lo que quería era ser periodista.
Ahora bien, cuando yo quería ser periodista no existían las escuelas de periodismo. Tenía necesidad de ser periodista y empecé a trabajar. Realmente, desde la universidad empecé a trabajar en periodismo.
Yo estaba estudiando Derecho, porque era lo que estaba más cerca de mis afinidades, de mis aficiones. [...] Entonces, empecé en un periódico de Cartagena que se llama El Universal, y empecé, precisamente, desde el primer número del periódico. [...]

Empecé escribiendo notitas, notas literarias y editoriales. Es decir, creo que hice el camino al derecho, o sea al revés de todo el mundo. Empecé escribiendo editoriales, orientando a la opinión, dando opiniones.
Yo creo que la carrera de periodismo está considerada al revés. Los muchachos jóvenes que empiezan y a los cuales se les quiere enseñar los nombran reporteros, y después, a medida que van progresando, que van haciendo méritos, los ascienden a la sección de editoriales y los llevan hasta directores. Yo creo que la carrera es completamente al revés, porque la expresión máxima, el máximo nivel del periodismo es el reportaje. Es decir: el reportero que sale a la calle, toma directamente sus materiales informativos y los elabora.
Entonces, como te digo, yo empecé al revés que todo el mundo, o sea empecé al derecho. Empecé orientando a la opinión pública, escribiendo notas, notas críticas, críticas de cine. Y cada vez que tenía oportunidad me iba a hacer un reportaje.
Además, empecé por lo más difícil, que es la crónica roja, la crónica sentimental, los casos de policía. Y así hice mi carrera de reportero, y desde entonces lo que he querido ser siempre es reportero.
Desde El Universal, cuando yo consideré que tenía algo con qué presentarme a un periódico más exigente, me fui a Bogotá y me presenté a El Espectador, que era uno de los periódicos de más circulación en Colombia. El periódico era en ese entonces muy liberal, además. Allí hice mi trabajo como reportero, como reportero raso, y no me dejaba ascender. Porque yo consideraba que cuando querían ascenderme de reportero lo que estaban tratando era de ascenderme a editorialista.
Allí hice muchos trabajos, pero creo que el más interesante que hice, y, además, probablemente el trabajo periodístico más interesante que he hecho en
mi vida, está publicado allí. Se llama El relato de un náufrago.

Ah, sí, lo leí.
Bueno, la historia de El relato de un náufrago, que está contada por mí mismo en el prólogo. Es decir, la historia de la historia está contada en el prólogo. Si quieres la contamos...
Porque la historia de la historia es que durante la dictadura de Rojas Pinilla un destructor de la Armada colombiana que venía de Estados Unidos, donde había estado en reparaciones, donde había quedado reparado... De pronto se supo la noticia: que por mal tiempo en el Caribe había dado un bandazo y un número determinado de marinos, creo que eran seis, había caído al agua y se ahogaron. Ésa fue la noticia.

Catorce días después apareció uno de los náufragos en las costas de Colombia. Ese tipo había sobrevivido 14 días, en una balsa, sin alimento, sin agua. Inmediatamente que lo rescataron lo agarró la Marina como héroe nacional. Lo encerraron y se encargaron ellos mismos y los periodistas oficiales de hacerle la entrevista. Lo llevaban con la reina de belleza. Anunciaba el reloj. La marca de su reloj le pagaba para que hablara por la televisión sobre cómo había sobrevivido ese reloj, como había resistido las inclemencias del mar, de la intemperie, durante 14 días. Como los zapatos que llevaba, que eran unos zapatos de estos de tenis. Hubo un momento en que se comió un pedazo y ya estaban tratando de vender zapatos como alimento. Y hablaron de este hombre, le consiguieron dinero por la publicidad, lo condecoraron, le hicieron toda una serie de cosas. Es decir: se lo gastaron como noticia. Llegó un momento en que ya nadie quería oír hablar de este hombre. Ya no valía periodísticamente.

Sin embargo, un día se presentó él en la redacción del periódico y le dijo al director que por tres mil pesos colombianos —era una suma interesante, pero que no era nada desproporcionada— él contaba la historia completa. Entonces el jefe de redacción y el director me dijeron: “Mira, hay una cosa, yo no me meto en eso. Eso está muy contado. Además, la noticia ha sido totalmente desperdiciada, porque la han contado a pedazos, nada coherente. Entonces ya nadie quiere oír hablar de eso. Yo creo que no vale la pena gastar los tres mil pesos por esa información”.
El marino se fue y cuando iba por la escalera el director corrió y lo alcanzó. El director, un muchacho muy joven: en ese momento no tenía 30 años todavía, lo alcanzó y lo trajo, y le dijo que sí hacía el negocio. Me lo entregó y me dijo: “Tú haz lo que puedas con él”. Entonces, yo me hice una pregunta que era fundamental en esto: “Este hombre estuvo 14 días en el mar... ¡Algo tuvo que hacer en estos 14 días. No se puso a dormir, ni se puso a mirar el cielo. Algo tuvo que hacer para sobrevivir!”.

Empecé a hacerle un interrogatorio muy minucioso tratando de ayudarlo a recordar. Él empezó a recordar muy bien desde un día antes que se embarcaran. Y el trabajo era cómo se hace el verdadero trabajo de reportaje y cómo se trabaja el periodismo subdesarrollado, además. Yo tenía que hacer las entrevistas con él en la mañana, y por la tarde tenía que entregar el capítulo al linotipo. De manera que yo no sabía nunca cómo iba a seguir la historia que estaba escribiendo. El muchacho venía al día siguiente por la mañana, y teníamos el material del segundo capítulo, del tercer capítulo, del cuarto capítulo. Yo calculé unos seis capítulos.

Cuando llevaba cuatro capítulos, se me acercó el director del periódico. No el director, sino el padre del director. El viejo, que era una especie de patriarca, que era el fundador del periódico, me dijo: “Dígame una cosa, don Gabriel. ¿Eso que está usted escribiendo es verdad o es mentira?”. Y le dije: “Es literalmente lo que me está contando ese hombre. Más aún, yo no he figurado como autor de esto”. La primera vez que se supo oficialmente que yo lo había escrito fue cuando se publicó en libro, porque yo hago el prólogo y explico las cosas. El relato está escrito en primera persona y firmado por él, así aparecía. Así aparecía, porque era tal como él me lo iba contando. Es decir: yo eliminaba mis preguntas y tomaba solamente sus relatos en primera persona.

Entonces, este viejo patriarca me pregunto: “¿Es verdad o es mentira”. Y le dije: “Es literalmente lo que él me está contando”. Y me dijo: “¿Cuántos capítulos van a ser”. Y le dije: “Pues van cuatro y faltan dos”. Y me dijo: “Pues, no señor. ¡Esto tiene que durar indefinidamente, porque la circulación del periódico está subiendo a tal velocidad que creo que se va a doblar!”.

Lo que yo hice a partir de ese día no fue inflar, sino profundizar más en el interrogatorio. De manera que en vez de tener bloques de una hora de lo que iba contando, lo reducía. Logré llevarlo a 14 artículos. Cuando se termino la publicación de los artículos la circulación del periódico estaba doblada. La gente hacía colas —era un vespertino— en la puerta, cuando salía de las oficinas, antes de ir para la casa, para esperar que saliera el periódico.

Además, ya el reportaje tenía una inesperada carga política por dentro. Porque en determinado momento, no sé por qué motivo, cuando le dije: “Bueno, ¿cuándo fue que la tormenta ocurrió?”, el muchacho me dijo: “Es que no había tormenta”. Le pregunté entonces: “¿En qué consistió el accidente?”. Y él me respondió: “El accidente consistió en que todos traíamos neveras, televisores, radios”. Todos los marinos traían carga de contrabando en el destructor. Y, además, estaba mal estibada. Y lo que sucedió fue que con un bandazo cualquiera se desprendió una carga que estaba mal puesta y por eso cayeron al agua los seis marineros. Y eso lo dijo en los reportajes. Y armó un escándalo que el gobierno de Rojas Pinilla trató de parar la publicación, pero ya le resultaba muy difícil. Entonces hizo lo que se suele hacer en estos casos: decir que todo esto era mentira, que era falso, que, además, el marino no lo había dicho, sino que era una invención mía. El muchacho, además, tuvo el valor de no rectificar, de no hacerme quedar mal, que él lo había dicho y que era cierto.

Entonces se me ocurrió una cosa que creo que es una de las ideas de reportero mejores que he tenido en mi vida, y le pregunté: “Si ustedes venían con refrigeradores, neveras, televisores y radios, debían traer cámaras fotográficas también. ¿Quiénes de ustedes tenían cámaras?”. Él me dio la lista. Fuimos a buscarlos, y les compramos sus fotos donde estaban los grupos fotografiados en alta mar, pero detrás de los grupos se veía apelotonadas las cargas de refrigeradores y televisores, con sus marcas y todo eso. Entonces, el periódico tuvo la idea —como muchas personas se quedaron sin la colección completa— de hacer, el domingo, un suplemento extraordinario con el relato completo, y lo ilustramos con las fotos, ampliándolas, donde se veían todas las marcas de todas las cosas estas. Bueno, quince días después estaba yo en París.

Así me fui a Ginebra, enviado de corresponsal del periódico, y estuve de corresponsal por unos meses, hasta que, finalmente, la dictadura de Rojas Pinilla lo cerró, lo clausuró. Entonces yo me quedé tres años en París viviendo como podía. Fueron tres años en que se interrumpió mi carrera como reportero. [...]

Estoy hablando con Gabriel García Márquez y no le he preguntado nada sobre Cien años de soledad y sobre El otoño del patriarca. Vamos a tener que hablar de Cien años de soledad. Creo que no te vas a disgustar por eso.
Lo que pasa es que yo no la he leído.

Pero hiciste lo más grande, que fue escribirla.
Te digo, en serio, que no la he leído. Yo de Cien años de soledad he corregido las pruebas y cambié dos palabras. Desde entonces no me he atrevido a leerla más. Entre otras cosas porque me han hablado tanto de ella los lectores, que me parece que no es mi novela, sino una novela que han inventado los lectores. Y no sé exactamente qué pienso de ella, pero, en fin, podemos hablar de ella, por lo menos de lo que recuerdo de ella.
La idea, sobre todo. A la gente le gusta saber cuándo empezaste a escribirla, qué te motivó, de dónde salen los personajes.

Fíjate, Cien años de soledad fue la primera novela que yo empecé a escribir cuando tenía... al principio, cuando estaba trabajando en el periódico ese de que estábamos hablando antes. Debía tener 18 años o algo así. Ya había publicado cuentos. Recuerdo que la decisión que tomé era escribir una novela en la cual sucediera todo. Y me senté y tenía una noción bastante clara de cómo debía ser la novela. Y rápidamente me di cuenta, y ahora me alegro porque fue una decisión que revelaba una gran modestia, que no estaba preparado para escribirla, que me faltaba mucha experiencia vital, mucha experiencia literaria, mucho aprendizaje. Y, digamos, mucha cultura literaria y cultura en general. Para escribir a los 18 años una novela en la cual sucediera todo.

Entonces me hice proyectos más modestos que fui desarrollando. Escribí una novela: escribí La hojarasca. Escribí El Coronel no tiene quien le escriba. Escribí un libro de cuentos que se llama Los funerales de la Mamá Grande. [...] Y seguía siempre pendiente de esa novela que yo quería escribir y que era la novela en que sucediera todo.
Lo intenté otra vez recién llegado a México, en 1961. Y me parecía que ya salía mejor, pero no era todavía la concepción que yo tenía del libro. Y entonces me di cuenta, no de lo que me di cuenta la primera vez: que no estaba preparado culturalmente, profesionalmente, sino que la estaba abordando por un lado que no era.

A fines de 1964 iba yo hacia Acapulco —con Mercedes y mis dos hijos— y, entonces, como una revelación, encontré exactamente el tono que necesitaba. Y el tono era contarlo como contaba las cosas mi abuela. Porque yo recuerdo que mi abuela contaba las cosas más fantásticas, y lo contaba en un tono tan natural, tan sencillo, que era completamente convincente. Y entonces no llegué a Acapulco. Regresé y me senté a escribir Cien años de soledad. Desde el primer momento me di cuenta que había vencido el gran obstáculo, que era el tono. El tono era exactamente eso: contarlo como lo contaba mi abuela, sin asombrarme yo mismo de las cosas que sucedían. Ver con absoluta naturalidad las cosas más extraordinarias, que es como es la realidad, la realidad en el Caribe. Porque en este continente de la América Latina hay un país que no es de tierra, sino de agua, que es el Caribe. En Colombia tú te encuentras que un hombre de Barranquilla o de Cartagena se parece más a un hombre de Puerto Rico o de Venezuela que a un hombre del interior, de Bogota. En Venezuela sucede lo mismo: los venezolanos de la costa se parecen más a los cubanos que a los venezolanos del interior.

Entonces me di cuenta de que esa realidad del Caribe era la realidad que a mí me había interesado siempre, porque era la realidad. Yo quería escribir una novela donde todo sucediera y ese mundo donde todo sucede es el Caribe. [...]
No hay un solo episodio de Cien años de soledad, por fantástico, extravagante y raro e inverosímil que parezca que no tenga un origen en la realidad de algo que yo vi, de algo que me sucedió, de algo que me contaron. Y lo que hice fue empezar a sacar de los recuerdos de ese baúl de cosas viejas que es la infancia de un hombre en el Caribe todas las leyendas, supersticiones. Además, empecé a darme cuenta que la realidad, pues, no es solamente la historia importante ni son los acontecimientos que lo afectan a uno realmente, sino es también la subjetividad, son también las supersticiones, son los miedos, son las creencias, las alegrías, todas esas cosas.
Y el libro fue saliendo con una absoluta naturalidad que no me costó absolutamente ningún trabajo escribirlo.

¿En qué lapso lo escribiste?
Lo escribí en dos años... en 18 meses. Sólo que tuve problemas en el camino porque yo no tenía dinero para escribirlo. Ese es un libro que la única manera de escribirlo es como lo escribí: me encerré en el cuarto y salí dos años después con el libro. Ahora, eso presentaba un problema logístico muy serio. En realidad, nosotros vivíamos de lo que yo trabajaba. No podíamos parar dos años. Yo nunca había recibido un centavo por mis libros. Los libros no se vendían. Se vendían 700 ejemplares, 500 ejemplares. Inclusive, yo sabia a quién. Conocía el nombre de los clientes: fulano, zutano, por orden alfabético.

Entonces, nada, nos pusimos de acuerdo Mercedes y yo. Dije: “Hagamos una cosa, tú te haces cargo de la casa por dos años, y te prometo que yo me hago cargo por el resto de la vida”. Teníamos un automóvil y lo empeñé. Estuvo empeñado casi todo el tiempo. Además, eso generaba otro problema: era que cada cierto tiempo había que pagar los intereses del préstamo del automóvil. Pero, en fin, así nos íbamos defendiendo de muchas maneras. Y salió el libro. Ahora, lo que es extraño y lo que si no tengo nada que ver ni he tenido que ver jamás es con el éxito del libro: tiene algo mágico. Y digo algo mágico no en términos metafísicos, sino en que hay algo que todavía no me puedo explicar racionalmente. Indudablemente, el libro lleva más de 3 millones de ejemplares en castellano, está traducido a 21 idiomas. Solamente aquí, en Cuba, debieron hacer 120 mil, una cosa así. Y si no se vende más, si no circula más, es porque no ha habido más papel para editar más. Pero por la gente que yo trato, por la gente que conozco, me doy cuenta de que se pudiera seguir vendiendo indefinidamente. Es un libro que ha tenido, además, una cosa extraordinaria que no le sucede a otros libros, y es que ha pasado de una generación a otra. Es un libro que le gustó a una generación y le gustó también a otra generación, y eso le asegura a un libro una larguísima vida. Pero lo que yo no entiendo, además, me doy cuenta objetivamente, es que es un libro que lo han vendido mis lectores. Es un libro que se ha vendido con muy poca publicidad. Lo que pasa es que el que lo lee quiere hablar de él y quiere que sus amigos lo lean para poder hablar del libro. O lo presta y los libros circulan de mano en mano.

¿Ocurre igual con El otoño del patriarca?

Con El otoño del patriarca no ocurre lo mismo, porque El otoño del patriarca es otra clase de libro. Además, yo sabía que no sería así. El otoño del patriarca es una especie de lujo que me di yo. Tenía muchos deseos de escribir una novela que fuera un trabajo puramente poético. Entonces lo trabajé así, consciente de que no estaba haciendo un libro de gran venta, sino un libro para gente de cierto entrenamiento literario. Y el libro, por supuesto, ha ido muy bien, pero no con esta acogida de Cien años de soledad... Es un libro que requiere cierto esfuerzo: que exige del lector cierto esfuerzo, y hay algunos que están dispuestos a hacerlo, y otros que no están dispuestos a hacerlo. Ahora, yo creo que, de todas maneras, el libro será más fácil a medida que pase el tiempo. Ahora parece muy hermético y no lo es. Y es un problema del nivel cultural de las masas. Yo encuentro que aquí en Cuba ofrece menos dificultades que en el resto de América Latina. Aquí tienen más paciencia para leerlo o tienen otro sistema de aproximación. Probablemente tienen menos
material de lectura a la mano, es decir: aquí, según datos que tengo yo, el 17 por ciento del tiempo libre lo emplean los cubanos en lecturas. Tú sabes que es una cifra espectacular en el mundo. Es decir, en la América Latina no llega a la unidad: es cero punto tres, cero punto cinco de la ocupación del tiempo libre en lectura. [...] Aquí están, realmente, invirtiendo mucho tiempo en lectura, y además, más gente: son ocho millones de personas que leen.

La otra cosa que seguramente a ti te llamó la atención es que, a partir de Cien años de soledad, no solamente el libro en sí se sigue vendiendo, como bien tú nos explicabas, sino que afloraron de nuevo una serie de cuentos que la gente no había leído o que había dejado pasar, simplemente, más toda una serie de trabajos periodísticos tuyos, etcétera, entonces ya se despertó toda esa inquietud, esa emoción.

Tú sabes que yo creo que mi mejor libro es El Coronel no tiene quien le escriba. Y yo digo que es una especie de desdicha que yo tuviera que escribir Cien años de soledad para que la gente leyera El Coronel no tiene quien le escriba. Lo que sucede es que Cien años de soledad abrió una brecha y todos los libros anteriores, que ni siquiera se reimprimían, empezaron a ser solicitados.

Generalmente, el lector de Cien años de soledad se interesa inmediatamente por los otros libros. El fenómeno no es completamente justo porque mi obra es una obra progresiva, es decir: mi aprendizaje se nota de un libro a otro. Todo el proceso en el cual yo aprendí a escribir está en mis libros. A medida en que he ido escribiendo he aprendido. El orden en que los libros fueron escritos tienen una cierta importancia en el conocimiento de mi obra. Lo que pasa es que me han conocido al revés, y no sé si se ilusionen o si se desilusionen o si confirmen las esperanzas. Es como leer un libro de atrás para delante. He tenido la suerte de que a mí me sucede en vida lo que a la generalidad de los escritores les sucede muertos. Eso tiene sus ventajas y tiene sus desventajas. Su ventaja es la satisfacción que nos produce el poder conversar con la gente de esto, y la desventaja es lo que digo yo: que a la carne no la pesan sin hueso. Es muy bonito decir yo quiero sólo carne... no, no, te ponen el hueso también, y entonces eso trae sus problemas, porque llega un momento en que ya la fama se convierte en tu trabajo, es decir: ya tu empleo es el de ser famoso. Tú tienes que estar atendiendo esa imagen. Y, después, yo tengo una gran gratitud de mis lectores: soy gran amigo de los periodistas, nunca les digo que no. Se me va la vida en ver a gente que a veces no quiere nada, simplemente desea hablar. Entonces esto te quita mucho tiempo, se te convierte en un oficio. De todas maneras, primero: he aprendido a llevar bien esto. La gente tiene la impresión de que soy... en fin, de que hay cierta modestia y yo contesto de una forma natural, donde siempre hay algo de verdad. Digo que tengo tanta fama que no necesito para nada la vanidad. Puedo darme el gusto de ser totalmente natural. Pero tengo tanta fama que llegó un momento en que tuve que plantearme seriamente: bueno... qué hago yo con toda esta fama, en qué forma utilizarla... qué debo hacer para darle una función útil a esta cosa de que me conocen en la calle, de que las cosas que yo digo tienen cierta importancia, de que a la gente que yo conozco le gusta conversar conmigo. Y creo haber encontrado la solución correcta, es decir, poner esa fama al servicio de la revolución en América Latina. Es decir: que si lo que yo digo tiene una cierta importancia, voy a decir cosas políticas. Voy a poner esa fama al servicio de la liberación de los países en América Latina. Y entonces eso es lo que estoy haciendo: estoy haciendo un trabajo político, y te digo con toda honestidad: creo que no tengo ni vocación ni formación, pero me he esforzado, porque creo que es el deber de todo latinoamericano, mucho más de un latinoamericano conocido, un latinoamericano con audiencia, como es mi caso. Es mi deber poner todo al servicio de lo que es la revolución de América Latina, y, concretamente, al servicio de la defensa de la Revolución cubana, que es en estos momentos uno de los deberes primordiales de todo revolucionario latinoamericano.
La Habana, julio de 1976

Castellanos. Periodista. Autor de Formalmente informal (La Habana, Ediciones Unión, 1989).

***

En el original siguen los artículos: Los años difíciles de PLINIO APULEYO MENDOZA y El oficio y la novela de CARLOS MONSIVÁIS, entre otros.

Fuente: Confabulario de el universal, 03 de marzo de 2007

miércoles, 7 de marzo de 2007

El efecto Bukowski: la senda de los perdedores

El efecto Bukowski: la senda de los perdedores*

Rogelio Villarreal**




He llevado una vida extraña y confusa, de total y espantosa servidumbre, en su mayor parte. Pero creo que la diferencia estaba en la manera en que me abría paso entre la mierda.
Charles Bukowski

I. Charles Bukowski arribó al universo de las letras hispánicas en 1978, cuando Jorge Herralde, entusiasmado, lanzó al unísono tres volúmenes de este escritor en la colección Contraseñas de la editorial Anagrama: Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, La máquina de follar y Escritos de un viejo indecente. Ya encarrerado, en 1979 publicaría Se busca una mujer, en 1980 Factotum y en 1981 Mujeres, venturosamente seguidos en 1983 por Cartero y la entrevista Lo que más me gusta es rascarme los sobacos (el mismo año y en la misma colección en que se publicaron Las cartas de ese otro gran insolente, Groucho Marx). De 1985 a 1993 vendría una andanada de libros del poeta alcohólico de Los Ángeles y, además, su biografía Hank, escrita por Neeli Cherkovski. Sin embargo, aún hay un puñado de textos de Bukowski inéditos en español —sobre todo de poemas—, aunque no pasa un día sin que las pocas librerías del país llamen a los distribuidores por más reediciones.

Nunca se sabrá quién fue el primer mexicano en leer las madrileñas traducciones de Anagrama —¿cuándo lo leyeron Parménides, José Agustín o Gustavo Sáinz?—, pero lo cierto es que a mediados de los años ochenta ya había fieles seguidores de su vida y su obra —pocas veces éstas se encuentran tan indisolublemente entreveradas en un escritor. Gonzalo Martré había publicado en los años setenta las desenfrenadas y escatológicas Jet set, Safari en la Zona Rosa y Coprofernalia, pero no puede hablarse aquí de influencias bukowskianas sino de gratas afinidades y coincidencias. En cambio, el xalapeño Fernando Nachón reconocería abiertamente esa raigambre en De a perrito (1989), su vertiginosa novela en la que el alcohol, el sexo, los celos, el humor, la noche, la velocidad, la reflexión y una sana dosis de amoralidad y antiautoritarismo desbordaban cada página de esa obra memorable terminada en 28 días: homenaje fugaz a la desolación y el desarraigo. Había también estudiantes universitarios que empezaban a leerlo y que pocos años más tarde publicarían relatos y novelas en las cuales se adivinaría la huella del ex cartero angelino, como Eusebio Ruvalcaba (Clint Eastwood, hazme el amor), Enrique Blanc (Cicatrices del bolero, No todos los ángeles caen del cielo), Mauricio Bares (Coito circuito, Streamline 98, Sobredosis), J.M. Servín (Periodismo Charter, Cuartos para gente sola) y Rubén Bonet (sin título, sin nada). En La Regla Rota y La Pus moderna, las revistas que dirigí entre 1984 y 1996, publiqué a éstos y a otros incipientes autores que hacían suyas la ética y la estética de un escritor que a su vez admiraba profundamente al maldito Céline y al entonces desconocido Fante y que abominaba, justamente, a Shakespeare y a Shaw. La transformación de la derrota en victoria, la convicción de que se podía escribir con irreverencia y libertad, al margen de los exclusivos cánones de la tradición y centrándose en las experiencias propias —el rechazo, el deseo, la frustración, el desempleo, la supervivencia—, han sido un extraordinario estímulo para decenas de aspirantes a escritores desde entonces hasta nuestros días. (Abundan, desde luego, quienes han convertido a Bukowski en un santón y no han hecho más que copias lamentables de su escritura implacable.) Las revistas Moho y Generación han acogido en sus páginas a decenas de autores diversos pero cuyas líneas genealógicas conducen invariablemente al viejo Bukowski: Jorge Luis Berdeja, Alejandra Maldonado, Juan Mendoza, Ari Volovich, Rocío Boliver y Alfonso Morcillo (“En 1988 tomé un taller de cuento que no vale la pena mencionar. Algunos me dijeron que eran totalmente bukowskianos. Yo ignoraba todo de Hank. Ese mismo día fui a una librería y me compré La máquina de follar. Dejé de escribir. No tenía sentido hacerlo”). Además, en internet hay decenas de blogs de autores que se editan a sí mismos y de los cuales muchos reflejan una visión de la vida moldeada por las enseñanzas del buen Buk. (Extrañamente, uno de ellos es mujer y publica de manera anónima sus ácidas y voluptuosas reflexiones en www.srtamasturbacion.blogspot.com)

II. En el 2004 Herralde hizo una jugada similar a la que había hecho dieciséis años antes y publicó dos volúmenes al hilo del escritor mexicano Guillermo Fadanelli: Compraré un rifle y La otra cara de Rock Hudson. Fadanelli, el más acabado y conocido escritor surgido del underground local, leyó a Bukowski también a finales de los años ochenta, cuya obra encontró hojeando volúmenes en los estantes de las librerías. Después de ver El amor es un perro infernal (Dominique Deruddere, 1987), dice, compró casi todos sus libros, incluyendo las ediciones de City Lights y Black Sparrow Press.

“Escribí cientos de relatos a la manera Bukowski, publiqué algunos en Moho, después los guardé en un cajón para siempre”, confiesa Fadanelli. “Bukowski no es imitable pues detrás de su escritura hay una vida singular. Todos hemos leído a Bukowski, pero no existe ningún escritor mexicano, desde mi punto de vista, cuya obra tenga semejanzas con la suya. Quizás algunos jóvenes, pero se les quitará esa influencia cuando encuentren su propia voz.” Acaso tiene razón. El “estilo Bukowski” es inimitable pero los aprendices tratan de escribir bajo el influjo de su prosa corrosiva, al lado de otras influencias igualmente poderosas: Capote, el mismo Fante, Hunter Thompson... En todo caso, la lectura inteligente y reflexiva de la obra bukowskiana será siempre recomendable y benigna.

La sordidez, la violencia y la obscenidad de sus personajes, pero también su crudeza y su humanidad, hacen de los libros de Bukowski un cuerpo sólido y contundente que desmiente a cada hoja la seductora hipocresía del sueño americano —esa enorme fábrica de derrotados. El viejo Buk padeció con elegancia, durante años, humillaciones en talleres y oficinas, fue desdeñado por una crítica torpe y engolada y bebió lúcidamente cientos de litros de alcohol sin amilanarse por los estragos de la cruda. Y nunca dejó de escribir ni de ser auténticamente procaz y sincero. Sus casi cuarenta volúmenes son producto de la madurez, de la inteligencia y de la soledad, de una pasión a prueba de los más duros golpes. Quizá por eso nadie pueda jamás volver a escribir como él.

* Fragmento del libro del autor El periodismo cultural en la época de la globalifobia. México, Ediciones Sin Nombre, CONACULTA, 2006. Reproducido con permiso del autor.

** Editor de la revista Replicante. Nunca está de más recordar que dirigió, entre los años ochenta y noventa, las revistas La Regla Rota y Pus Moderna.

Fuente: http://bibliofilia.blogspot.com/index.html